viernes, 28 de febrero de 2014

Solamente un juego

En ocasiones me gusta jugar a que estoy enamorada. Es un juego bastante simple y ayuda a pasar el tiempo más que cualquier otra cosa que he probado.
Para jugar, primero es necesario elegir a una persona al azar. Tiene que ser completamente aleatorio porque de otra forma no se corresponde con la realidad y el juego pierde la gracia.
Lo siguiente es ocuparte de pensar en esa persona unas cinco o seis veces por día. La meta es no poder sacartela de la cabeza, pero cuando recién empieza el juego con esa cantidad de veces ya basta. Eventualmente tu cerebro se va a adiestrar en recordar a esta persona todo el tiempo y te vas a encontrar a vos mismo asociando sus ojos a la intensidad del brillo del cinturón de Orión.
Ahora hay que tener timidez para hablarle. No, no podés simplemente escribirle un mensaje, llamarla por teléfono, o saludarla por la calle. Es necesario que dudes cada vez que vayas a iniciar una conversación, titubees en enviar el mensaje cada vez que lo escribas (escribir y borrar unas dos o tres veces también es aconsejable) y te tapes los ojos cuando ves que efectivamente se envió. Cuando quieras contestarle, deberás decir incoherencias, aparentar nerviosismo y quizás sudar un poco. Mientras más detalles quieras ponerle a esto, mucho mejor. Uno puede armar su propia personalidad enamorada, o bien jugar a ser otra persona.
Hay que tener especial cuidado  con lo que se dice y cómo se dice, porque por supuesto, si estamos enamorados tenemos miedo de que la persona no sienta lo mismo. Así que hay que hablar con mucho cuidado, despacito y sin mirar a los ojos, cuidando cada palabra que sale de nuestra boca para no hacerle saber nuestros sentimientos, pero tampoco para que piense que no sentimos nada.
Repasá en tu mente las conversaciones unas siete u ocho veces después de haberlas tenido. Sonreir mientras rememorás sus palabras es menester e imaginar que quiso decirte que te amaba indirectamente es vital en este punto del juego.
Lo que pase de ahí en más depende de cuántas ganas tengas de jugar. El juego dura tanto como uno quiere y nunca se repite dos veces la misma situación.
Puede ocurrirte que te encuentres con una persona que también está jugando. Eso te asegura, si estás jugando bien, que no haya daños colaterales. Es un riesgo encontrarte con alguien que no quiere jugar con vos, si ves que podés estar en presencia de alguien así, alejate lo antes posible y comenzá de nuevo.  
Si el corazón te palpita más de lo normal, probablemente estés aburriéndote del juego y empezando a enamorarte de verdad. Evitá ese tipo de situaciones engorrosas.

Lo importante es, al final del día, recordar que todo es solo un juego, quitarte su rostro de la memoria e irte a dormir pensando en la última película que viste y lo divertido que te resultó aquel comercial de cerveza. 

jueves, 20 de febrero de 2014

Doble Seis

Tiró lo dados nuevamente, necesitaba ese doble seis. Había estado esperando por ese doble seis unos cinco o seis meses desde que empezó a jugar.  
Doble cinco. Doble cinco significaba full house y eso le bastaba para ganar. No. Era necesario que saliera ese doble seis.
Volvió a juntar los dados en el vaso. Era su turno de nuevo. Uno-dos-tres- cuatro-seis. Cualquiera hubiera ido por la escalera, estaba prácticamente servida.  Tomo aire, peinó su cabello hacia atrás usando sus dedos. Ante la mirada expectante y estupefacta de todos, tomó los cuatro dados y volvió a tirar.
"Seis, seis", pensaba una y otra vez, y se repetía incansablemente que no importara cuan difícil le resultara, iba a conseguir lo que quería.
Con un estruendo colocó el vaso boca abajo y dejó caer los dados que este contenía. Seis-cuatro-seis-cinco.  Y todo se reducía nuevamente a ese doble seis. Esa bendita combinación de dados que había estado buscando incansablemente y que seguía sin poder conseguir.
Le costaba tanto entender por qué no podía sacar doble seis. Sus amigos lo habían hecho, sus padres lo habían hecho, sus profesores lo habían hecho. Algunos más, algunos menos, pero todo lo que veía a su alrededor era gente que había conseguido el maldito doble seis.
Y pasaron los días, y pasaron los años, y pasaron los cincos, los cuatros, los tres, los dos, los unos...pero nunca un doble seis. Entonces dejó que pasaran, sin importar cuantas partidas pudiera haber ganado o cuánto tiempo pudiese haber ahorrado.
Un día, mientras el cansancio y la frustración consumían su alma, decidió dejar de jugar. Esta sería la última vez que recogería aquel condenado vaso con los dados. Se resignó de tal modo que ni siquiera sacudió en la forma que acostumbraba antes de tirar. Simplemente volcó los dos desdichados dados sobre la mesa.
Desde la superficie lustrosa le sonrió por fin aquello que había esperado tanto tiempo.
Doble seis.
"GENERALA" Gritó a todo pulmón. Solo el eco de su propia voz le contestó. Miró a su alrededor  y no vio más que oscuridad. El silencio invadía la sala y la soledad corrompía su mundo. Comprendió que el esperar pacientemente por algunas cosas, no significa que valga la pena hacerlo.



sábado, 15 de febrero de 2014

El problema no son los momentos que se fueron, son esos que nunca se van. Esos que se sienten una y otra vez en la carne, esos que se apoderan del cuerpo y nos erizan la piel. Son esos momentos que por la noche vuelven a abrir las heridas que nunca terminaron de cerrar.

Y si tan solo hoy pudiera sentirte aunque sea un poco mío, aunque fuera un poco cerca, bastaría para secar las lágrimas, devolverle el color al mundo que se quedó gris, estancado en tu mirada, perdido en tu sonrisa y dormido en la sombra del último beso. 

jueves, 13 de febrero de 2014

Condenada

Se enredó nuevamente en las sábanas, intentando conciliar el sueño. Pensaba en dormir, en el día agitado que tendría si no lograba hacerlo antes de las seis, en el trabajo, en María y Juan que siempre llegaban juntos, en que seguramente eran pareja, en lo grandioso que sería no despertarse sola, lo mucho que le gustaría sentir otro cuerpo en esa cama, en él, en su cuerpo, en sus ojos, su boca, su pelo, nuevamente su boca, un abrazo, una caricia. Y ya no pudo más.
Se levantó y caminó a la cocina. Se sirvió un vaso de agua helada. Ajustó su bata por la cintura, le quedaba más holgada de lo que recordaba. Pensó en bajar de peso, en el verano, en trajes de baño, en el casamiento de su hermana que sería en Enero, en que necesitaba un vestido, un vestido negro, un escote, una cintura apretada, una mano en la cintura, la mano de él, un baile, un susurro en el oido, una propuesta indecente, un abrazo indiscreto, un beso apasionado...No. No quería.
Lavó su cara con energía y se dio unas suaves palmadas en los cachetes. Estaba oficialmente despabilada y necesitaba ocupar su mente en otra cosa. Encendió la televisión, buscó algo para ver. Pensó en lo inútil que era tener cable, en lo pobre que era la programación, en el programa de chimentos de la tarde, en lo poco que le importaba la vida de los famosos, en qué estaría haciendo George Clooney en ese momento, en el resto de la gente cuyas vidas seguían mientras ella tenía insomnio, en él, en su rostro dormido, en sus ojos cerrados, su respiración tranquila, las sabanas desechas, su fuerte pecho contra su espalda, la sensación de su aliento en el cuello, una sonrisa, un "buen día"...Sacudió la cabeza con fuerza.
Una ducha, eso necesitaba. Abrió la canilla, se quitó la bata, se metió bajo el agua. Pensó lo tibio que estaba el baño, el jabón, el vapor, en él, en su silueta dibujada del otro lado de la ducha, su espalda ancha y musculosa, su cabello mojado peinado hacia atrás, su cuerpo empapado...

Se quedó inmovil bajo la lluvia, cerrando los ojos. Suspiró resignada. Estaba cumpliendo la condena que le correspondía por lo irresponsable que había sido con su corazón. Había entrado en la amarga rutina de acordarse de ese rostro ante cada estúpido estimulo que recibía, en el desesperante limbo de soñar despierta sin poder conciliar el sueño. Era presa de ese pensamiento recurrente y obsesivo que crece de a poco como una enredadera y termina, finalmente, por consumirlo todo. 

lunes, 10 de febrero de 2014

Era una sensación muy distinta a la que estaba acostumbrada.
Se sentía como si un gran agujero negro se hubiera instalado en su pecho y se llevara consigo todo lo que soñaba, todo lo que quería, todo lo que había proyectado.
Sintió  de nuevo la punzada en el corazón e instintivamente intentó poner mi mano sobre él. 
No había nada más que frio.