Hace un buen tiempo que no publico nada, y es que he estado trabajando en un proyecto nuevo. Acá les traigo la primera parte, un primer borrador, un primer reflejo de lo que puede llegar a ser mi primer novela (A la que por cierto aun no le pongo título). Sin embargo para esto requiero constancia y dedicación: dos cosas de las que lamentablemente carezco. Así que sin más preámbulo, acá está. Ojalá les guste y me comenten qué les pareció.
PRÓLOGO
UNA NOCHE DESPOJADA
DE AMOR
La nobleza obtiene lo que la
nobleza quiere. Y eso nunca se le olvidaría a Charlotte Smith, quien ahogaba
sus gritos de furia y dolor en la improvisada sala de partos que su madre había
ingeniado en medio de la humilde casa donde eran forzados a vivir.
El calor de la sofocante noche de
junio ahogaba a todos los presentes que, pese a su creciente incomodidad,
decidían no quejarse para no poner más nerviosa a la quinceaniera que se
encontraba tirada sobre las sabanas manchadas de sangre y fluidos desagradables
propios del ritual de traer a una nueva vida al mundo.
La congoja crecía en el corazón
de cada una de las personas que llenaban ese pequeño cuarto y aumentaba con
cada gemido de sufrimiento de la parturienta.
Entre sudor y lágrimas, fugaces recuerdos de la noche
fatídica donde su castigo comenzó, nueve meses atrás, inundaban su mente,
acrecentando el suplicio: los golpes violentos en la puerta que acabaron por
tumbarla, los gritos de su madre, las súplicas de su padre. Todo volvía ahora a
ella, como si lo estuviera viviendo nuevamente.
Recordaba haber visto a un hombre
alto y delgado, de porte arrogante y voz profunda que entró en su antiguo hogar
sosteniendo un papel en donde refulgía
una rosa roja y blanca. Ellos estaban cenando y la comida cayó de sus bocas
entreabiertas de asombro. El hombre vestía ropas pomposas y aseñoradas, pero
podía entreverse que no era más que un sirviente. En su pecho llevaba el símbolo
de la familia Talbot, un zorro rojo. El lacayo se aclaró la garganta y con un
tono que intentó demasiado ser formal, vociferó:
-Vuestra granja, vuestras tierras
y todo cuanto poseéis está dentro de los dominios de Lord Talbot. Habéis
usurpado su patrimonio y ahora pagareis siendo serviles a él. Así lo han
previsto sus majestades, la Reina María y el Rey Felipe.
Lord Henry Charles Talbot era el
terrateniente más poderoso de ese lado de Inglaterra. Con fuertes influencias
en la iglesia católica gracias a convenientes vínculos que su padre supo
establecer a tiempo, trabó una fuerte amistad con el reinado de María Tudor,
quien cumplía cada uno de sus avaros caprichos, a cambio de su ayuda para fomentar el avance de la fe
católica en una Inglaterra descarriada ante sus ojos.
Tan pronto como terminó de
hablar, un grupo de hombres entró en la sala y los tomó prisioneros. Mientras
empujaban a la familia fuera de la propiedad, se encargaron con mucho esmero de
destrozar los cultivos y soltar a los animales. Todo cuanto tenían los Smith
desapareció ese momento de esa noche, y aún faltaba mucho para que el sol se
asomara.
De nada sirvió luchar, quejarse o
intentar defenderse, ellos los superaban en fuerza y número.
Fueron maniatados y obligados a
subir a la parte trasera de un carro de madera donde contemplaron con desdicha,
mientras este arrancaba y los alejaba de su hogar, el lúgubre el cambio en su
destino, un cambio inesperado y forzoso
que nunca se hubiesen imaginado.
Los búhos ulularon desesperadamente
durante todo el trayecto, como augurando que lo peor aún no había ocurrido.
Los llevaron a un pequeño granero
en algún lugar borrado del mapa. En la
puerta, y para sorpresa de todos, los esperaba el mismo Lord Talbot.
Los hombres empujaron a la
pequeña Charlotte, a sus padres y su hermano mayor fuera de la diligencia y los
obligaron a ponerse de rodillas ante su nuevo señor.
Lord Talbot los examinó con
recelo, caminando frente a ellos una y otra vez. Finalmente, se detuvo frente a
la madre de Charlotte y la tomó por el rostro, al tiempo que le dedicaba la más
desagradable mirada libidinosa. Rosemary Smith, era una mujer hermosa para su
edad, las inexplicables mezclas genéticas de su familia le habían otorgado un
par de ojos azul zafiro que refulgían cual oasis de agua cristalina junto a su
piel morena y cabellos oscuros. Su cuerpo era esbelto y bien formado, con
curvas redondas y armoniosas.
La mano de Lord Talbot se deslizó por el
prominente escote de la mujer, quien no pudo disimular la mirada de asco e
intentó zafarse de ese toque infernal. Los guardias la sujetaron con más
fuerza, impidiéndole seguir resistiéndose. Ella comenzó a llorar.
Richard Smith, su amado esposo,
contempló la escena paralizado de impotencia. Su mente no estaba dispuesta a
permitir que ese sucio cerdo adinerado pusiera una mano en su esposa, sin
embargo su cuerpo parecía decirle lo contrario. Desesperadamente le daba
órdenes a sus músculos para que se movieran, para que hicieran algo por detener
a ese vil hombre y sus manos pecaminosas, pero presos del terror, estos no le
respondieron. Algo en él murió ahí, en
ese preciso instante donde comprendió que le había fallado a la única persona
por la que pensó que estaba dispuesto a dar la vida.
La mano de Talbot continuaba
recorriendo los pechos y los hombros de Rosemary, cuyos llantos y súplicas de
clemencia se intensificaban conforme las caricias se volvían más violentas y
despreciables. El Lord continuó con su cometido bajando hasta las tiras que sostenían
en su lugar al vestido de la mujer y comenzó a desatarlas.
Lo que ocurrió en ese instante,
nadie puede contarlo con precisión. Todo fue tan rápido que se sintió como una
puñalada al corazón de cada uno de los miembros de la familia.
El primogénito de los Smith, el
joven Alan, se lanzó hacia el noble con una furia propia de un león que
defiende su manada. Se precipitó, con una agilidad inusual para quien está
atado de pies y manos y logró tumbar a
Talbot al suelo, separándolo de su madre justo cuando estaba por abrirse el vestido
y dejar al descubierto sus senos. Todos los hombres que se habían encargado de traerlos
hacia ese lugar ahora estaban cerrados en un círculo alrededor del intrépido
adolescente, todos apuntando sus armas hacia él.
El lord se puso de pie y miró con
desprecio a Alan. Se desempolvó la ropa y se paró frente a él. En el tono más condescendiente
que su herido orgullo supo imitar, le dijo:
-Está bien, entiendo. No es
correcto tomar a la esposa de otro hombre y vos sois un hombre de bien que está
dispuesto a luchar por su familia. Eso es admirable. Sin embargo, creo que aun
no entendéis cual es la gravedad de vuestra situación.
Lord Talbot se paseo nuevamente
frente a la familia, chasqueando la lengua.
-Entonces no tocaré un solo
cabello de la señora, podéis agradecerle eso a vuestras heroicas proezas, joven.
Una sonrisa cínica se materializó
en su rostro, y sus ojos lujuriosos se posaron ahora en Charlotte, quien era la
viva imagen de su madre cuando joven.
-Sin embargo, esta noche estoy de
humor para ciertas cosas y comprenderán que no es de mi agrado quedarme
deseoso.
Rosemary comprendió enseguida la
perversión encriptada en aquel mensaje y comenzó a gritar por el bienestar de
su hija y a ofrecerse a cambio de la libertad de la pequeña, pero Talbot ya no
tenía ningún interés en ella: había encontrado un trozo de carne fresca y
planeaba devorárselo con gusto.
Tomó a la niña por el brazo y se
la llevó dentro del granero. De nada sirvieron los mil insultos, maldiciones y
súplicas de la familia.
Pasada la media hora más larga de
sus vidas, la puerta se abrió nuevamente. Talbot se erguía con una enferma
sonrisa de satisfacción, sosteniendo a la pequeña semi desnuda por el brazo.
Los ojos de la chica estaban clavados en el suelo y su mirada era vacua,
ausente: la mirada de quien ha visto demasiado. La arrojó con desprecio y cayó
a los pies de su madre, donde se quedó en posición fetal durante un largo tiempo.
Lord Talbot se dio la vuelta y caminó hasta alejarse de
ellos. Cuando estaba a punto de subirse al carro que lo transportaría de nuevo
a la mansión, se detuvo en seco como si hubiera recordado algo de repente.
-Casi lo olvido, maten al
insolente.
Las armas, que seguían apuntando
a Alan, se irguieron.
El sonido de los disparos fue
reemplazado por el de un llanto. Pero no era un llanto triste, era un llanto
nuevo, esperanzado, un llanto que solo puede pertenecerle a alguien que observa
el mundo por primera vez.
Charlotte volvió al presente, al
tiempo que su madre cortaba el cordón umbilical que la unía con el estigma más
grande de aquella noche, con el recuerdo permanente de aquella inocencia que le
fue arrebatada junto con todo lo demás: su casa, su paz, su felicidad, su
querido hermano. Le dieron a la niña en
brazos y ella la miró con desdén. El
llanto de la niña se calmó al roce instantáneo con la piel de su madre, sin
embargo Charlotte la apartó de su lado, como se aparta a un trapo viejo que
huele mal.
Los vecinos que habían venido a
socorrer a la familia se fueron dispersando uno a uno, volviendo a sus humildes
hogares para prepararse para otra jornada de trabajo arduo.
Rosemary tomó a la niña en brazos
y la bañó. La acunó largo rato, pero acabo por dejarla en el piso de paja.
Hiciera lo que hiciera, no podía sentir empatía por el fruto de tanta maldad,
por inocente que pareciera en ese momento.
La pequeña lloró hasta quedarse
dormida y las luces de la casa se apagaron, esperando por el nuevo día.