lunes, 30 de septiembre de 2013

Evanescente


-Con el tiempo dejás de creer, pibe- Dijo el señor Gonzales mirándolo a los ojos.
Tomás apretó fuertemente entre sus manos la carta que traía consigo, cuya primer frase era “Querído Papá Noel”.
-Empezás por dejar de creer en esas giladas de Papá Noel, los Reyes Magos, el Ratón Perez…Si, no pongas esa cara, tampoco existen. Después crecés y dejás de creer en el amor,  en Dios, en las personas y en todo lo que sea demasiado bueno para ser cierto-.
Los ojos del niño se llenaron de lágrimas, pero se contuvo de llorar como su papá le había dicho que hiciera en frente de ese “viejodemierda”.  Apretó aún más fuerte la carta contra su pecho y miró desafiantemente a aquel hombre de 75 años. 
-Viejo puto-.
 Le dijo Tomás con mucha decisión. No sabía de dónde había sacado esa palabra y tampoco estaba seguro de qué significaba, pero sin lugar a dudas era algo malo porque su mamá siempre lo retaba cuando él la decía.
El Señor Gonzales abrió los ojos, impresionado por la irreverencia del joven, pero antes de que pudiera retrucarle el insulto llegó Raquel a buscar al pequeño.  Raquel era una mujer hermosa y joven. Claramente había quedado embarazada a los veintitantos y ahora estaba condenada a criar a un niño que había llegado en el momento menos apropiado, mientras su marido se rompía el lomo intentando llevar lo suficiente a casa para que los tres subsistieran. Gonzales les tenía lástima a ambos.
-Buenas tardes, Raquel. Debería controlar qué cosas dice en frente de su nene porque está aprendiendo insultos-.
Raquel miró indignada al hombre como si le estuviera diciendo algo completamente absurdo. La mujer miró a su hijo y su instinto de madre reparó en los ojos llorosos y la carta arrugada.
-Quizá el que debe controlar qué cosas dice es usted.-
Le estiró la mano a Tomás y el pequeño, obediente, le dio la suya. Ambos se fueron caminando juntos.
El señor Gonzales los miró hasta que entraron a su departamento. Dio media vuelta y se metió en el suyo, olvidándose para qué había salido de el, en un primer momento.
El departamento era oscuro, pero no porque no tuviese ventanas, sino porque a él le gustaba así. Los muebles, viejísimos,  estaban amontonados en los rincones de una forma que a un amante del feng shuí le hubiera ocasionado un paro cardíaco (y esto a Gonzales le encantaba).
Se sentó en su sillón de cuero cuarteado y encendió el antiguo televisor. No tenía señal. Miró la estática dibujarse en la pantalla. Se levantó y caminó a la cocina. Puso la pava en el fuego y preparó el mate.
Dejó que el agua hirviera, distraído, mientras miraba por la ventana como caía la noche.  El agua se evaporó rápidamente y el fuego comenzó a consumir la pava.
-La puta madre-.
Masculló Gonzales, mientras apagaba el fuego y tiraba la pava a un rincón, con el resto de los cacharros que había roto por perderse en sus pensamientos.
Volvió a su religioso sitio en el sillón. Era un ritual casi necesario sentarse en él a mirar el vacío y pensar en su juventud. Una lágrima rodó por la arrugada mejilla y cayó sobre la ya desabrochada camisa a cuadros.
De repente, la imagen de él mismo dentro de su cabeza le hizo acordar a aquel pequeño que hacía horas había hecho llorar. Las esperanzas perdidas, los sueños rotos. Se sintió vulnerable, y por primera vez en mucho tiempo prestó atención al latido de su corazón.
Entonces, sintió que perdía peso. Su cuerpo se alivianó a tal punto que ya no podía sentirlo como una masa con órganos y músculos. Pensó por un momento que tal vez, si se atrevía a levantarse, saldría volando por la ventana cual pluma arrastrada por el viento.
Miró sus manos, y a través de ellas vio el gastado piso de adoquines de su departamento. Miró sus piernas y pudo contemplar como estas dejaban entrever el viejo cuero del sillón.
Sin embargo, no sintió miedo. No sentía nada. Caminó hacia el espejo y fijó su mirada en el lugar donde, del otro lado debía dibujarse un hombre …pero no había nada. Luego desapareció, dejando el televisor encendido y una marca en su asiento favorito.
Ahí es cuando Gonzales entendió que la vida se acaba, cuando se deja de creer en uno mismo.




viernes, 27 de septiembre de 2013

Silencio.

Quería sentir el silencio. El silencio más profundo. Escuchar simplemente el sonido de mi alma, gritando eso que ya se y no me atrevo a decir.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Día de Lluvia.

El tiempo pasa, el corazón deja de latir con esa fuerza...y hoy no puedo entender por qué me siento tan vacía.

martes, 10 de septiembre de 2013

Inspírame

Completando asuntos pendientes en mi carpeta de "Originales sin terminar". Este surgió de un sueño que tuve. Quizás le falte pulir detalles,me compliqué la vida sola por no querer ponerle nombre al personaje principal. Sencillamente me quedé sin ganas de releerlo en frio. Lo editaré cuando llegue el momento...

Inspirame. 
 “Eric salió de su casa intentando escapar de su encierro….” –Y probablemente del hecho de que su nombre era ‘Eric’- dijo en voz alta mientras arrancaba la hoja del cuaderno y la arrojaba al cesto de basura. Nunca había tenido tantos problemas para escribir en su vida. Normalmente él solo se sentaba frente a ese escritorio y las palabras salían de su lápiz sin que se lo pidiera. Hacía ya dos días que no se movía de esa bendita habitación, buscando en si mismo algún rastro de inspiración que lo sacara de semejante limbo.

Miró a su alrededor. Quizás no vendría mal un cambio de escenario. A través de la ventana, vio el parque. No parecía una mala idea. Aire fresco, niños jugando, animales corriendo y probablemente una que otra señorita que le oficiara de musa.  Cargó su cuaderno en la mochila y salió.
Caminó un par de cuadras, mirando hacia el piso. Había vivido tanto tiempo en esa ciudad que ya ni necesitaba prestar atención para llegar al destino que se propusiese.
Llegó al parque y se sentó bajo la sombra de un árbol. Quiso sacar su cuaderno pero una necesidad imperiosa de cerrar los ojos lo abrumó. Puso su cabeza entre sus rodillas y así permaneció un rato…Paz y tranquilidad. Paz y tranquilidad ¿Paz y tranquilidad?
Levantó su cabeza, un tanto alarmado. Era cierto, desde que salió de su casa todo había sido paz y tranquilidad. Ni un auto, ni un perro, ni un niño, ni un pájaro. Todo se había detenido. “Quizás es un sueño” dijo, sin extrañarse y volvió a esconder su rostro entre sus manos.
Desde la distancia llegó a sus oídos un leve chillido de cadenas oxidadas. Como si algo estuviera acercándose muy lentamente. Y así era.
El débil ruido se hacía cada vez más fuerte y, ¿se atrevería a admitirlo? Si: Más fuerte y más tenebroso.
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando, por fin, pudo identificar la fuente del sonido: a lo lejos una bicicleta se estaba acercando.
No era tanto la bicicleta y su espectral sonido lo que lo aterraba, sino  el ser que la montaba. Un hombre viejo y extraño, vestido íntegramente en harapos grises. Su cabello, largo, canoso y enmarañado, caía sobre sus hombros y se fundía con su espesa y enredada barba.  Su sonrisa era lo más perturbador: amplia, con una mueca casi sobrehumana, mostraba todos los amarillentos dientes (o eso mostraría si la dentadura estuviera completa). 
El hombre lo miró fijamente, sin dejar de sonreír. Él creyó que aquel extraño iba a hablarle, pero no lo hizo. Solamente extendió su mano hacía él. Era una mano huesuda y llena de verrugas, con uñas largas y sucias.
Lo pensó dos veces antes de estrecharle la mano al anciano, pero por el desagradable aspecto que este tenía, consideró que lo mejor iba a ser darle lo que quería y terminar con tan incomodo encuentro de una buena vez.  Apretó con firmeza la mano de aquel hombre y sintió cómo esas desagradables uñas se hincaban suavemente en su carne.
El viejo soltó su mano y lo volvió a mirar al tiempo que comenzaba a pedalear su bicicleta...alejandose hasta perderse en el horizonte.
El parque se desvaneció de repente y él despertó sobre su escritorio, empapado en sudor. El papel con la historia sobre el tal Eric aún abollado entre sus manos, ahora mojado en una mezcla de transpiración, saliva y un poco de café que había derramado al despertar.
Entonces ocurrió. Comenzó a escribir como si su vida dependiera de ello. Tomó el lápiz y escribió…y escribió, y escribió… Las palabras salían casi sin que él las pensara.
Y así terminó un cuento, y luego otro…y después uno más. Las ideas parecían no tener fin.
Escribió novelas y sonetos, poemas y reseñas, cuentos cortos, cuentos largos, de terror, de romance, de fantasía… uno tras otro, sin parar.
Los papeles comenzaron a acumularse en la pequeña habitación del departamento. Las hojas del cuaderno se acabaron, y él comenzó a escribir en las paredes.  Las paredes se terminaron y entonces escribió en el piso. Una vez que el piso estuvo lleno, optó por llenar los muebles de sus encantadores escritos…y así comenzaron a pasar los días…
Los hombres de blanco irrumpieron en la habitación pasada una semana y tomaron al escritor por la fuerza. Lo encerraron en una cómoda habitación de paredes acolchonadas y lo miraron preocupados. Era el tercer caso en un mes.
Dicen que la inspiración es algo que llega en cualquier momento, pero nunca nadie dijo de donde viene…o cuando se irá.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Atardecer

Me propuse a mi misma no escribir terror esta vez. Por fin lo conseguí. Sin embargo tiene otro de mis vicios para escribir supongo que cuando terminen de leerlo se imaginarán cual es.

Atardecer



Creo que llevaba más de tres horas sentada frente a esa ventana. O por lo menos eso parecía…cuando tomó asiento era pleno atardecer y ahora todo estaba en la más profunda oscuridad. Era la nueva rutina de todos los días. Sin embargo el tiempo ya no significaba nada para ella. Los días comenzaban y terminaban de la misma forma y solo se contentaba con verlos pasar, sobreviviendo a su dolor hasta que, con suerte, algún día se despertara y éste desapareciera.
Tomó la manta que tenía a su costado y se tapo. Se recostó en el sofá en el que había pasado toda la tarde. La oscuridad había devorado todo rastro de luz y calor que había en ese pequeño cuarto.
Retiró un mechón rubio que caía sobre su mejilla izquierda y puso su mano en su pecho, en un intento por calmar la sensación de vacío que tenía. El corazón le dolía tanto que pensaba que no existía enfermedad física capas de imitar aquel tormento.  Saladas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. La nostalgia era un sentimiento que llegaba puntual cada día, anunciando que el reloj había dado las 21.35 pm. Esa hora la ponía nerviosa. Una semana atrás ella hubiese levantado el teléfono y discado el número que conocía de memoria. “¿Hola?” hubiera respondido una perezosa voz masculina del otro lado del auricular. La charla hubiera durado dos horas entre risas y tonterias, hasta que su madre los interrumpiera para llamarla a comer. Sin embargo esto ya no era posible.
Una sonrisa débil se dibujó por un momento en sus labios. Desapareció como la más suave de las corrientes de viento fresco en un caluroso día de verano.  
La oscuridad de la noche era su aliada de doble filo. Si bien traía esos recuerdos tan dolorosos, también daba el consuelo del sueño profundo.
Aún le costaba entender cómo hacía para dormir tanto cuando todo lo que hacía era pensar en esos momentos, momentos llenos de felicidad, de cariño, de alegría. Sin embargo tan pronto como la noche llegaba, Morfeo se la llevaba a su fantástico país, donde la tristeza no existía, los ríos eran de nubes, el amor era eterno y los arboles siempre estaban verdes.
Si hay algo que le resultaba increíble, era como la necesidad de olvidar trae a la mente los más insignificantes recuerdos de alegría. Los más minúsculos momentos de felicidad, son los que más vuelven a carcomerle la mente a uno en los tiempos desesperados.
Recordaba cada abrazo dado, cada sonrisa compartida, cada beso robado, cada mirada cómplice, cada gesto de cariño, cada palabra de aliento. Ya no quedaba nada. Todo había desaparecido de la noche a la mañana. Y todo indicaba que jamás regresaría.
Lloró y lloró hasta quedarse dormida. 


Habían pasado ya ocho días desde que aquél asteroide había caído sobre la tierra, destruyéndolo todo.

lunes, 2 de septiembre de 2013

El 5to Piso

Ejercicio de escritura rápida para la asignatura "guión". Tengo esta tendencia de escribir terror, terror y más terror. El relato tiene dos versiones, una con linealidad común y otro con linealidad alterada...Presento el común ya que el otro fue un intento forzado de cumplir con la consigna y tiene demasiada catarsis de escritora que estaba teniedo un pésimo día. Esto es lo que salió. Por favor ignoren el hecho de que se llama como un álbum de Arjona.

El 5to Piso

La noche estaba templada, era una de esas noches de verano que parecía un pecado desperdiciar dentro de esa caja a la que la encargada del edificio llamaba departamento.
Matías se levantó de la cama y apagó el televisor. A lo lejos podía escuchar a sus vecinos del 5to “B” enfrascados en otra de sus apasionantes discusiones sobre quién dejo la luz del baño encendida. Se cubrió el rostro con las manos, había olvidado cuando fue la última vez que sintió el silencio.
Abotonó su camisa a cuadros, corrió las cortinas y abrió la gran puerta ventana que daba al balcón. La luz de la luna invadió el cuarto en penumbras. Salió descalzo de su departamento y se apoyó en la baranda. Miró hacia abajo. Ahí, en la calle, una mujer tomaba del brazo a otra y la llevaba a la vereda. “Típico comportamiento femenino” musitó.
Dirigió su vista hacia el viejo edificio del frente, el portero había decidido limpiar la vereda a esas horas. En cierto modo esto lo hizo sentir algo mejor. No era el único que esa noche se encontraba solo y aburrido.
Miró las luces de la ciudad, tan frías, tan lejanas. También había olvidado cuando fue la última vez que había reído con ganas. Llegó a sus oídos el llanto de un niño que cruzaba corriendo la calle, todo le parecía tan ajeno.
vCerró los ojos, una lágrima rodó por su mejilla ¿En qué momento había permitido que su ida se convirtiera en esto? Se secó la lágrima. “Los hombres no lloran” dijo en voz alta, como si quisiera convencerse a sí mismo de lo que decía.
Dirigió la vista hacía el frente, al 5to piso de aquel edificio cuya entrada el portero continuaba barriendo meticulosamente.
Dió un salto en su lugar, abatido por la sorpresa.No podía creer lo que sus ojos le decían.
El corazón comenzó a latirle con fuerza, galopando una y otra vez en su pecho, las manos comenzaron a transpirarle y sus piernas a temblar. Lo que estaba viendo era sin dudas lo más hermoso que había visto en toda su vida.
Allá, en el balcón frente a su departamento, estaba sentada una joven vestida con un camisón blanco de encaje, su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros blancos y su vista estaba fija en un libro desplegado sobre su regazo. A simple vista parecía de unos veinte años, sin embargo su rostro denotaba una sabiduría propia de quien había vivido mucho tiempo.
Era ella. Era esa luz que Matías había estado buscando todo este tiempo. Las nubes que cubrían su corazón se disiparon, como llevadas lejos por una suave brisa de verano. Corrió fuera de su departamento, dejando la puerta abierta tras de si. No tenía tiempo de esperar el ascensor. Bajó los cinco pisos salteando escalones, trastabillando una y otra vez.
Cruzó la calle que lo separaba de ese edificio sin mirar a los costados. Un auto que pasaba le tocó bocina y lo insultó. Nada de eso importaba.

Llegó hasta la puerta y con la respiración entrecortada le preguntó al portero si conocía a la chica del 5to piso.
El portero lo miró con  una expresión que Matías comprendió como desprecio, lo ignoró y siguió su labor.
Él repitió la pregunta, esta vez más fuerte y con más determinación.
El portero volvió su rostro al joven agitado, frunció el entrecejo y simplemente le respondió “¿Acaso no sabes respetar? Nadie vive en el 5to piso desde hace meses, fue clausurado cuando ese incendio mató a todos los inquilinos de esa planta”