-Con el tiempo dejás de creer,
pibe- Dijo el señor Gonzales mirándolo a los ojos.
Tomás apretó fuertemente entre
sus manos la carta que traía consigo, cuya primer frase era “Querído Papá
Noel”.
-Empezás por dejar de creer en
esas giladas de Papá Noel, los Reyes Magos, el Ratón Perez…Si, no pongas esa
cara, tampoco existen. Después crecés y dejás de creer en el amor, en Dios, en las personas y en todo lo que sea
demasiado bueno para ser cierto-.
Los ojos del niño se llenaron de
lágrimas, pero se contuvo de llorar como su papá le había dicho que hiciera en
frente de ese “viejodemierda”. Apretó
aún más fuerte la carta contra su pecho y miró desafiantemente a aquel hombre
de 75 años.
-Viejo puto-.
Le dijo Tomás con mucha decisión. No sabía de
dónde había sacado esa palabra y tampoco estaba seguro de qué significaba, pero
sin lugar a dudas era algo malo porque su mamá siempre lo retaba cuando él la
decía.
El Señor Gonzales abrió los ojos,
impresionado por la irreverencia del joven, pero antes de que pudiera
retrucarle el insulto llegó Raquel a buscar al pequeño. Raquel era una mujer hermosa y joven.
Claramente había quedado embarazada a los veintitantos y ahora estaba condenada
a criar a un niño que había llegado en el momento menos apropiado, mientras su
marido se rompía el lomo intentando llevar lo suficiente a casa para que los
tres subsistieran. Gonzales les tenía lástima a ambos.
-Buenas tardes, Raquel. Debería
controlar qué cosas dice en frente de su nene porque está aprendiendo insultos-.
Raquel miró indignada al hombre
como si le estuviera diciendo algo completamente absurdo. La mujer miró a su
hijo y su instinto de madre reparó en los ojos llorosos y la carta arrugada.
-Quizá el que debe controlar qué
cosas dice es usted.-
Le estiró la mano a Tomás y el
pequeño, obediente, le dio la suya. Ambos se fueron caminando juntos.
El señor Gonzales los miró hasta
que entraron a su departamento. Dio media vuelta y se metió en el suyo,
olvidándose para qué había salido de el, en un primer momento.
El departamento era oscuro, pero
no porque no tuviese ventanas, sino porque a él le gustaba así. Los muebles,
viejísimos, estaban amontonados en los
rincones de una forma que a un amante del feng shuí le hubiera ocasionado un
paro cardíaco (y esto a Gonzales le encantaba).
Se sentó en su sillón de cuero
cuarteado y encendió el antiguo televisor. No tenía señal. Miró la estática
dibujarse en la pantalla. Se levantó y caminó a la cocina. Puso la pava en el
fuego y preparó el mate.
Dejó que el agua hirviera,
distraído, mientras miraba por la ventana como caía la noche. El agua se evaporó rápidamente y el fuego
comenzó a consumir la pava.
-La puta madre-.
Masculló Gonzales, mientras
apagaba el fuego y tiraba la pava a un rincón, con el resto de los cacharros
que había roto por perderse en sus pensamientos.
Volvió a su religioso sitio en el
sillón. Era un ritual casi necesario sentarse en él a mirar el vacío y pensar
en su juventud. Una lágrima rodó por la arrugada mejilla y cayó sobre la ya
desabrochada camisa a cuadros.
De repente, la imagen de él mismo
dentro de su cabeza le hizo acordar a aquel pequeño que hacía horas había hecho
llorar. Las esperanzas perdidas, los sueños rotos. Se sintió vulnerable, y por
primera vez en mucho tiempo prestó atención al latido de su corazón.
Entonces, sintió que perdía peso.
Su cuerpo se alivianó a tal punto que ya no podía sentirlo como una masa con órganos
y músculos. Pensó por un momento que tal vez, si se atrevía a levantarse,
saldría volando por la ventana cual pluma arrastrada por el viento.
Miró sus manos, y a través de
ellas vio el gastado piso de adoquines de su departamento. Miró sus piernas y
pudo contemplar como estas dejaban entrever el viejo cuero del sillón.
Sin embargo, no sintió miedo. No
sentía nada. Caminó hacia el espejo y fijó su mirada en el lugar donde, del otro
lado debía dibujarse un hombre …pero no había nada. Luego desapareció, dejando
el televisor encendido y una marca en su asiento favorito.
Ahí es cuando Gonzales entendió
que la vida se acaba, cuando se deja de creer en uno mismo.