No es para nada de mis mejores trabajos. No he tenido mucho tiempo de escribir. Ni inspiración. Es algo que se me ocurrió mientras caminaba desde teatro hacia mi casa. Considerenlo un pequeño ejercicio que hago para no perder la costumbre que se llama ''Narrar lo que pasa". Oh si, qué nombre original. Pero si, básicamente consta en redactar en una narración lo que pasa en mi vida cotidiana. Este relato está un poco ensalsado, por supuesto. A ver qué me dicen uds.
Muy tarde para andar sola...
“Es muy tarde para andar sola” me
dijo con cara de preocupación. Lo miré,
le sonreí falsamente y le agradecí que
se interesara. Imbécil. Si realmente te importara, harías algo más que decirme
lo obvio.
El camino a casa era muy largo, y
las zonas de toda ciudad se ponen muy oscuras cuando se hacen las once de la
noche. Las calles heladas estaban cubiertas por una densa neblina y yo, una
joven de diecinueve años sabía muy bien que…era muy tarde para andar sola.
Sin embargo ya no pasaban los
colectivos, no tenía dinero para un taxi, y no conocía a nadie que pudiera
pasarme a buscar. Era eso o dormir en la
puerta del salón donde tenía clases de teatro.
Lo miré mientras se subía a su
motocicleta, acompañado de su novia. Tenía un cabello rubio que conjugaba
perfectamente con sus ojos verdes. No puedo negar que me imaginé incontables
veces acariciando esa brillante cabellera. Me obligué a apartar la mirada de él,
pero aún podía sentir sus ojos fijos en mí. Nuestra relación siempre había sido
ambigua. Me costaba pensar que le interesaba solo como una amiga…y hubiera dado
lo que fuera para saber cómo serían las cosas si su pequeña, absorbente e
hiperdependiente novia no estuviera en la escena. La chica era muy rara. Lo seguía a todas
partes como su fuera su perro. De hecho, no puedo decir que alguna vez la
escuché hablar, ni siquiera participaba de la clase. Solo se sentaba en un
rincón y nos observaba.
Pregunté quién se volvía
caminando y no recibí respuesta. Tendría
que caminar sola.
Di media vuelta y comencé a
moverme por las calles que usualmente estaban más transitadas, en un
desesperado gesto por sentir compañía.
Los autos pasaban y yo perdía la
mirada en sus luces. Envidiaba a los conductores que llegarían a sus casas
rápido y que estaban cómodamente resguardados por la calefacción. Estaba empezando a lloviznar.
Con las manos en los bolsillos
continué mi camino. Ya eran las 11:43 en mi reloj ¿Cómo era que me había
atrasado tanto? Ah si, había perdido unos viente minutos hablando con un par de ojos verdes que me rogaban que no me fuera sola. Lo único que consiguió fue hacer que mi situación empeorara.
Llegué a la Avenida San Martín.
Tan solo faltaban cinco cuadras más.
Y entonces…el silencio. Parecía
ridículo que una de las calles más transitadas, pleno viernes a la noche,
estuviera tan vacía. Lo único que podía escuchar era el sonido de mis pasos
retumbando en los edificios de ventanas cerradas y luces prendidas. Me pregunté
si alguna de esas personas se apiadaría de mí en caso de que me ocurriese algo.
La verdad era que aunque quisiesen, para el tiempo que lograran llegar hasta
mí, probablemente ya sería demasiado tarde. Y ya era muy tarde, 12.24 am. Muchas gracias, ojos verdes.
Seguí caminando. Solo faltaban
tres cuadras, pero eran las peores. El alumbrado eléctrico público había dejado
de funcionar en esa zona hacía meses y no había intenciones de repararlo.
Cualquier persona con intenciones dudosas podía estar oculta entre las sombras y los recovecos de esas
calles. Sin embargo, lo que más me asustaba era el bar que quedaba a mitad de
cuadra.
Crucé a la vereda del frente, en
un intento por evitar que me notasen los borrachos babosos de siempre. Por
supuesto que ellos tienen una capacidad especial para detectar este tipo de
cosas. En cuanto puse un píe en la vereda los gritos comenzaron. Esa lluvia de “halagos” que hace que una
quiera desaparecer del planeta tierra.
Más mi corazón dio un vuelco
cuando desde el fondo del bar surgió un hombre alto y fuerte, que vestía chaqueta de cuero, y un pañuelo a
la cabeza. Aceleré mi marcha. Tenía que doblar la esquina. Pude sentir su mirada libidinosa clavada en
mí, examinándome como su fuera una mercancía que estaba a punto de comprar. El
tipo se subió a su motocicleta. Yo doblé la esquina.
El pánico me invadió nuevamente
cuando, mientras caminaba por esta nueva calle oscura, sentí el rugir de un motor
detrás de mí. Corrí y corrí desesperadamente, aunque sabía que era en vano. No
había forma de ganarle en velocidad a semejante máquina. El hombre me
alcanzaría y me haría dios sabe qué cosas. Comencé a llorar mientras seguía
corriendo, no quería mirar para atrás. Qué hermoso sería que el señor "es muy tarde para andar sola" apareciera en su brillante motocicleta para salvarme, pensé.
De pronto me paré en seco. Todo
estaba en silencio nuevamente. Empecé a reírme en voz alta de mi actitud tan
infantil y caminé el resto de la cuadra que me separaba del edificio donde
vivía. Ahora estaba tranquila, ver el
edificio me hacía sentir en casa, aunque aún tuviera que abrir la gran puerta
de vidrio y subir por el ascensor. Todo estaba bien.
Llegué a la entrada del edificio
y con una sonrisa abrí mi bolso para buscar mis llaves. Volví la mirada hacia
la gran puerta de vidrio. Un par de ojos verdes y un cabello rubio brillaron
reflejados detrás de mí.
Alguien tapo mi boca y me susurró algo al oído.
«Es muy tarde para andar sola»