lunes, 2 de diciembre de 2013

Su Mejor Creación



Él la miraba desde lejos. Miraba esa sonrisa y podía imaginar exactamente cómo se sentía. Esa mezcla entre alegría y tristeza que tiene el que ama y no sabe si es correspondido.
Se fijó al otro lado de la calle, ya no tardaría en llegar el momento exacto. No tenía apuro, tenía literalmente todo el tiempo del mundo y estaba listo para ver el espectáculo desde la primera fila…una vez más.
Se recostó en su banco y se recargo sobre el respaldar con una maliciosa sonrisa en los labios anormalmente rojos.
De todas las cosas de las que hablaban los humanos, aquella que llamaban “amor” era la que más le gustaba. Lo conocía perfectamente, puesto que él lo había inventado.
 Todo había empezado como un pequeño experimento, una trampa para hacer que un par de estúpidos desafiaran a su creador. Había funcionado tan bien que decidió que debía llevarlo un poco más lejos.  Y así lo hizo.
Durante toda la historia del hombre, vio como los humanos se peleaban, traicionaban, desgraciaban e incluso mataban los unos a los otros por su pequeño invento. En una ocasión, un tipo se había llegado a cortar la oreja y enviársela a su amada… ¡Qué risa le había causado!
Los humanos estaban completamente obsesionados con este sentimiento, y solo algunos pocos entendían que había sido él quien lo había creado y no otra “persona”, sin embargo a esos pocos sensatos se los tachaba de ‘frios’ y se los dejaba a un lado. Su pequeña creación había servido de inspiración para las más grandes piezas de arte, pero también como disparador de las más grandes locuras.  Era simplemente perfecto.
Lo que más le gustaba de su obra era lo adictiva que se volvía para los mortales. Era como una droga para ellos. Todo el que lo probaba quería volver a saborearlo una y otra vez…y así, el amor se convirtió en su arma más peligrosa.
Le encantaba jugar a apostar hasta dónde llegaría una persona por amor. Le bastaba con un toque imperceptible de una uña filosa para implantar en cualquier ser humano una pequeña semillita que podía florecer en cualquier momento y comenzar a enredarse alrededor del pobre candidato.
No todos llegaban al extremo, por supuesto. Pero si se llevaban un gran número de disgustos y eso era algo que a él le encantaba. Y es por eso que él manejaba exactamente cuándo extirpar esa semilla de raíz. La verdad era que siempre salía ganando, puesto que mientras más felices las parejas pensaban que eran, más les dolía que él interviniera para llevarse lo que era suyo desde un principio.  Y así jugaba, dando y quitando el amor a los humanos a su antojo. Pasaba tardes enteras uniendo parejas que  en realidad se odiaban entre sí y rompiendo otras que creían ser las más dichosas de la galaxia. La sensación era simplemente indescriptible.
Luego estaban aquellos más débiles, que se convertían en carnada fácil. No podía enumerar la cantidad de tratos que cerraba por día a cambio de más belleza, la capacidad de conquistar a la persona deseada, o simplemente capacidad para hacer que los demás se enamoren y poder lucrar con ello. Había conseguido un verdadero negocio.
Y este era el caso de la chica que estaba al otro lado de esa plaza. Él sabía reconocer muy bien a sus víctimas seguras, puesto que llevaba en el oficio el tiempo que llevaba la tierra girando alrededor del sol.
Observó cómo la chica se paraba y se sentaba, impaciente. Ella miraba para los costados, estirando el cuello para ver más allá de cada esquina.
“Tres…dos…uno” pensó para sí mismo. La chica comenzó a llorar.
Se levantó y caminó relajado, con las manos en los bolsillos, hasta el otro extremo del solar. Apoyó una mano con una uña puntiaguda en los hombros de la chica, que escondía su cara empapada en llanto con sus manos.
“¿Puedo ayudarte en algo?” dijo, y sonrió ampliamente.

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