La imagen en el espejo le devolvió un rostro ojeroso y ajetreado, casi
irreconocible. Las comisuras de los labios eran el triste recuerdo de lo que alguna
vez pudo haber parecido una sonrisa. Las lagrimas brotaban a mares por las
mejillas de su fría doble perfecta, dibujada del otro lado de ese cristal...sin
embargo, su cara estaba seca.
Aún no podía hacer conexión entre su noción de la realidad y los hechos que
habían ocurrido esa noche. Todo parecía
un sueño, rodeado por una niebla grumosa y pesada propia del mundo onírico. Recordó
haber salido, haberlo visto, haberle hablado, un par de copas, un par de besos,
el callejón oscuro de un bar, la mano en su cintura. No, no quería, no en ese
lugar, no en ese momento, no así. Se lo dijo, él la ignoró y continuó
besándola, comenzando a escarbar aún con más insistencia en los pliegues de su
ropa. No, no quería. No quería, no podía, no lo iba a hacer. Luchó contra la
fuerza de su codicioso amante de la única forma que pudo. Negro. Negro y rojo.
La sangre húmeda y espesa manchando sus ropas, la fria hoja de metal
penetrando la carne, el cuerpo que se desploma al piso inerte, peso muerto. El
aire que se escapa del pecho. Y correr, correr y alejarse de la comprensión, de
la realidad, de los cinco segundos decisivos que cambiaron el curso de la vida.
Recordó entrar a su casa, no sabía cómo había llegado tan rápido pero de
alguna forma el largo camino le pareció haber durado tan solo unos cuantos
segundos. El tiempo se había vuelto relativo, irreal, incomprensible. Caminó en
círculos una y otra vez, frotando sus manos una con la otra. No creía posible
que descansar fuera una opción en ese momento. Estaba contrariada, abatida y
calma al mismo tiempo.
Intentó revisarse a sí misma, ver cómo se sentía...no sentía nada. Se sentó
en una de las sillas de la cocina, y procuró calmarse. Sin embargo no estaba
alterada. El corazón no estaba acelerado, la respiración no estaba agitada, no
estaba temblando. Todo lo que la invadía era un crudo sentimiento de nada, de
ser una pluma que flota en el viento, un tronco en la corriente.
Golpearon la puerta. No se levantó a abrir. Golpearon con aún más
insistencia. Cerró los ojos con fuerza y se abrazó a sus rodillas. Esto no
podía estar pasando.
Los golpes eran cada vez más insoportables y terminaron por despertar a su
hermana, quién ante la inminente llegada de los exámenes finales había optado
por dormir temprano esa noche. La rubia chica se levantó de la cama confundida.
Pasó a su lado sin mirarla y entre lagañas y bostezos abrió la puerta, como si
tuviese una idea de quién podía estar del otro lado.
Dos hombres de azul entraron en la sala. Se tapó fuerte los oídos mientras
ellos hablaban con su hermana, pero no pudo evitar levantar la vista y observar
la mirada cristalina de la chica volverse vacua, mirarla dejarse caer de
rodillas en el duro suelo y ver cómo las lágrimas se apelotonaban por salir de
sus ojos. Los hombres intentaron tranquilizarla en vano.
La realidad la golpeó cruentamente y la noche cayó sobre ella como un balde
de agua helada. Recordó mirar hacia atrás y verse a sí misma tirada en el
callejón, con su bello vestido blanco bañado en carmesí. Él, parado junto a
ella, chuchillo en mano y expresión de sorpresa.
Sos brillante.
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