domingo, 23 de marzo de 2014

La Mancha Rosa

Miró sobre la mesa de trabajo y repasó qué era lo que tenía. Con un suspiro confirmó lo que más temía: su trabajo se reducía a un montón de papeles abollados y mil ideas truncadas, ninguna prometedora. Toneladas de imágenes incompletas, fantasmas pálidos de semillas que habían muerto antes de florecer.
Se limpió las manos manchadas de acrílico, dispuesto a dar por finalizada la sesión de trabajo de esa noche. Era claro que su obra maestra, esa pintura que lo catapultaría fuera de ese mugroso mono ambiente de aquel viejo edificio en calle Alberdi, no iba a nacer esa noche.
Se quitó la camisa vieja que usaba para pintar y pensó en sus manchas. Cada mancha había representado un cuadro, un instante, un momento de su vida que se había ido para no volver, pero que él había logrado inmortalizar. La roja era el día que conoció a Malena, pintó seis horas seguidas pensando en sus labios. La azul pertenecía al día que le dijo adiós, gastó todo el pomo de oleo coloreando aquel anochecer callado y triste. La verde aún le olía al perfume que su madre se ponía para caminar por la plaza todos los viernes por la tarde, lo había pintado mientras la observaba oler un crisantemo...continuó examinando una a una las manchas con una sonrisa nostálgica y se encontró con algo que nunca había visto antes: una pequeña, pero imponente, mancha color rosa.
De todo el espectro de colores, no podía pensar en uno que le resultara más repulsivo que el rosa. Tal era su aversión por la tonalidad en cuestión, que se había ocupado obsesivamente de no permitir que éste entrara en ninguno de sus cuadros. Ni flores, ni mejillas ruborizadas, ni lenguas de cachorritos: todo eso era una "mariconada" y no iba a ser una "señora gorda de la pintura decorativa". Ni siquiera  poseía un pomo, de ningún material, de tal color.  Sin embargo, la evidencia decía más que sus palabras: la mancha estaba ahí, demasiado uniforme para ser una accidental mezcla de rojo y blanco, demasiado presente para ser solo una ilusión provocada por el cansancio o el litro y medio de café negro. Cualquiera lo hubiese dejado pasar, colgado la camisa y puesto su mente en otra cosa...pero él no era cualquiera. La idea se convirtió rápidamente en una pequeña obsesión y la curiosidad nubló sus sentidos.
Abrió el armario que contenía todas sus obras. Las revisó una a una, detalle a detalle, línea a línea. Todas se encontraban exactamente como él las esperaba: sin un solo maldito rastro de rosa ¿Entonces qué era esa desagradable mancha en el cuello de la camisa? ¿Acaso alguien se había atrevido a ponerse su uniforme de trabajo? ¿Era posible que se hubiera manchado con otra cosa?
Y el recuerdo lo golpeó como un tren a toda velocidad.
¡Una caja! El color rosa pertenecía a una caja. Un alhajero viejo, desgastado, que su madre le había regalado por ser una "reliquia familiar" y que él había cuidadosamente desteñido por ser... ¡rosa!
Había guardado algo importante en ese alhajero, algo que hacía meses que sentía que le estaba faltando, sin saber qué era. Revisó sus cajones, sus armarios, cada rincón del departamento buscando desesperadamente y sin entender bien por qué. Puso el lugar  boca abajo y sus ideas boca arriba hasta que por fin, cuando levantó su cama, lo encontró.
Estaba cerrado con llave, pero la emoción era demasiado grande como para preguntarse cómo abrir la cerradura. Estrelló el alhajero contra el piso y éste se hizo mil pedazos.
La caja estaba vacía, excepto por una nota arrugada que recogió inmediatamente. Era su caligrafía, la reconocía muy bien. En letras grades y con trazo muy firme estaba escrita la frase "HORA DE DESPERTAR".
Abrió los ojos y las luces de la sala de terapia intensiva lo encandilaron. El sonido firme del monitor cardíaco lo aturdió y la habitación le dio vueltas. Tosió un poco e intentó incorporarse.
Lo primero que reconoció fue a una avejentada Malena sentada al lado suyo, que lo miraba desconcertada, incapaz de reaccionar. La sala se llenó de gritos eufóricos y rostros emocionados en cuestión de minutos.
Intentó poner sus ideas en orden mientras el tropel de médicos se precipitaba arriba suyo y le llenaba el cuerpo de aparatejos.
La gran verdad, era que nunca había pintado un solo cuadro en toda su vida.



1 comentario:

  1. Era cómico leer que habla del desprecio al color rosa y ver que el fondo del blog es rosa justo.
    MUY BUEN CUENTO, ME GUSTÓ MUCHO.

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