-Tiene tantas cosas que me gustan
que tengo miedo de que sea perfecto.-
Dijo la primer mujer, con una sonrisa dibujada en su rostro. La tarde era cálida y ambas estaban sentadas una frente a
la otra. El sol entraba por la ventana inundando el cuarto con un resplandor
dorado y ellas cepillaban su cabello mientras conversaban.
-No existe tal cosa como la
perfección, y te consta. Es cuestión de tiempo para que empieces a verle
defectos que te desencanten.- Respondió la otra, con aire desanimado.
- ¡Qué importa si no existe! ¿No
es hermoso lo mismo? Cuando el corazón te galopa en el pecho y la alegría te
inunda cada vez que él te habla, esos primeros días donde el amor es joven sin
las manchas de la rutina, sin las cadenas del compromiso. A merced de la
expectativa. En la lucha entre la lujuria y la ternura, el deseo y lo moral.
Donde la incertidumbre de sentir lo mismo se convierte en un juego coqueto de
idas y vueltas y…-
Ambas mujeres suspiraron.
-Pero tarde o temprano se mancha.
La mancha se expande y termina por consumirlo todo ¿No te das cuenta? ¡Es que
ya está manchado! ¡Ya está corrompido por la fuerza de los celos y del
desengaño! ¿Qué te hace pensar que sos la única que suspira por las mismas
palabras? ¿Qué está haciendo él ahora? ¿Podrías asegurarme con tu vida que sus
cumplidos están dedicados exclusivamente a vos?- le respondió la segunda
mujer, quitándose el pelo de los ojos.
Su compañera hizo lo mismo.
-No, no puedo. Al contrario, sé
muy bien que no soy la única para él, no me malinterpretes. Pero es que es muy pronto aún. No puedo pedirle su corazón completo si yo apenas
he empezado a darle el mío.- Le constestó sin titubear. Se cruzó de piernas, su compañera la imitó.
-¿Y Qué sabés si el alguna vez te
lo va a dar? No sería la primera vez que pasa ¿Pensás acaso dejar que se
apodere completamente de vos, de tus pensamientos, de tu alma, de tu cuerpo
para luego dejar que se vaya? ¿Y desde cuando no te importa ser la única? Creí que
nos conocíamos mejor.– Dijo, con los labios temblando.
Hicieron un silencio.
-El que nada arriesga nada ga…no,
no me mirés así. Tu problema es que sos demasiado pesimista.-
-Y tu problema es que sos
demasiado optimista.- replicó la otra, casi con desprecio.
-Tenés razón.- Exclamaron al
mismo tiempo.
Ambas mujeres se miraron a los ojos
y suspiraron.
Entonces se levantó y se apartó
del espejo.
Me encantó, me encantó! Que hermosas sensaciones transmitis Lady. Te dije que podias escribir otra cosa que no sea terror, excelente lo tuyo. Un beso enorme
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